17. silence

   Empiezo a sentir esa sensación de nuevo, el ritmo me permite respirar. Siento que todo lo malo ha pasado, mi corazón vuelve a latir al ritmo de lovelytheband y por primera vez soy feliz. Ahora miro mi reflejo, eso ha sido el principio del final. Porque sin quererlo, todo el ruido está en mi cabeza, porque fuera está todo lleno de silencio. Quién puede siquiera imaginar todas las melodías resonantes en sus cabezas, algunas sonarán en perfecta armonía y otras parecerán tormentas de invierno.

   Y sin embargo, me retumba el mismo mantra una y otra vez: tengo que hacerlo mejor. Siempre me da vueltas la misma idea, me reconcome la responsabilidad de evitar que mi vida gire en círculos pero a la vez quiero evitar que mis neuronas absorban el espectro que llevo una semana estudiando. La lucha entre la belleza y la geometría, la eterna batalla que hará que todos seamos artistas de los números. Todos esos pensamientos rotan en espirales dentro de mi cabeza, esperando quedarse en algún momento sin energía para estrellarse con mi cerebro y así poder olvidarlos.

   Esa vorágine llamada silencio, el ruido más ensordecedor y a la vez más ensordecido del universo, todo aunado en unas melodías que recorren nuestro cuerpo de extremo a extremo, y que le son a la vida lo mismo que el agua a un río, su fuente de calma y furia a la vez. Lo que nos hace simples portadores de las notas que dictan nuestro destino.

   Temo al futuro y a la soledad, pero no le tengo miedo a envejecer ni a la muerte, porque quizás esa sea la única forma de callar las ensordecedoras trompetas que retumban en mi cabeza, por oscuro que suene. No me gusta pensar en lo que pasará mañana, porque quizás no pase y eso me haga sentirme peor de lo que ya estoy, pero tampoco puedo centrarme en el hoy porque lo único que escucho son las notas desafinadas de un viejo violín. Y de nuevo, vuelvo al pasado, aquel tiempo en el que en algún momento me hice la ilusión de que era feliz y que por algún motivo no puedo dejar atrás, cargándolo  

   Nadie me sujeta la mano, y llevo toda mi vida saltando de nota en nota por este pentagrama que no tiene fin. Y ahora, cuando todo debería ser perfecto me encuentro con una diminuta semicorchea que puede hacer que pierda el equilibrio y me salga de la clave. Llevo años buscando un sentido a todo esto, una forma de entender lo que pasa en mí y a mi alrededor, y parece que había cobrado sentido, o, al menos, creí haberlo afinado durante un tiempo. 

   Y ya no hablamos de música, no hablamos de escuchar la Donna è mobile con una copa de vino en la mano, ni bailar al ritmo de las canciones de Mamma Mia una noche de verano. Es la constante necesidad de intentar darle un sentido a tu vida, enfocarte en ello y dejarte la piel, no fallar nunca a pesar de que tu cuerpo y tu mente te pidan tiempo muerto.

   Nadie al mando, eso es lo que pienso cada vez que mi cabeza se llena de pensamientos hasta estar embotada y decidir no pensar nada. No hay un director de orquesta ni una percusión que lleve el ritmo para ponerle final a esta triste obra. Nunca irás más allá, nunca te sentirás sano y salvo, y ese río del que te hablaba antes se convertirá en un torrente que no te dará paz hasta que llegue al mar.

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